FILOSOFÍA Y CIENCIA
Filosofía
Anécdotas de Diógenes el Cínico
Filosofía: Grecia e India
Epicuro, jamón y dios
El cosmopolitanismo y los hippies
El sueño de Marco Aurelio
El mito de la Atlántida
¿Es la filosofía griega?
La muerte de Sócrates
Marco Aurelio y sus 'Meditaciones'
Ciencia
La numeración griega
La medición del tiempo
Aristarco y el heliocentrismo
Eclipses: apagones celestes
Anécdotas de Diógenes el Cínico
Diógenes el Cínico (s. IV a. C.), más conocido como el Perro, ha pasado a la posteridad por sus excentricidades, principalmente por los escritos de Diógenes Laercio (s. III d. C.). Este autor, en su ‘Vida y opiniones de los ilustres filósofos’, más que centrarse en el corpus filosófico de los filósofos, suele mostrar sus curiosidades y anécdotas.
En este post quiero enseñar algunas de sus historias más curiosas y poco conocidas.
A pesar de su aspecto huraño, era respetado en su comunidad: “Los atenienses amaban tanto a Diógenes que, cuando un joven rompió su barril, lo golpearon y le cambiaron el barril” (6.42).

Estatua de Diógenes en su patria - Sínope, Turquía

Diógenes en busca del hombre sabio - Johann Heinrich Wilhelm Tischbein (c. 1780)
Aunque puede decirse que él no respetaba tanto a los suyos: “Un día estaba hablando en serio y nadie le escuchaba; entonces empezó a decir tonterías, y vio que una multitud se agolpaba a su alrededor: «Os conozco bien -les dijo-, acudís en tropel a los que os dicen tonterías, y no tenéis más que despreocupación y desdén por las cosas serias»” (6.27). De rigurosísima actualidad…
Debía ser una persona orgullosa: “Fue hecho prisionero y puesto en venta, y cuando le preguntaron qué sabía hacer, respondió: «Mandar a los hombres». Luego, dirigiéndose al pregonero, le dijo: «Pregunta si alguien quiere comprar un amo». Cuando le prohibieron sentarse, dijo: «¿Qué importa? Compramos pescado sin preocuparnos de cómo está colocado»” (6.29).
Sin embargo, su carácter también le produjo problemas: “Unos jóvenes le rodearon y le dijeron: «Tendremos cuidado de que no nos muerdas, Perro». «No os preocupéis, hijos míos», continuó, «el perro no come remolacha»” (6.45).

Diógenes - Jean-Léon Gérôme (1860)
Entre sus excentricidades: “Un día se le vio autocomplaciéndose en la plaza pública, diciendo: "Ojalá pudiéramos apaciguar el hambre frotándonos el vientre"” (6.46).
Y, por último, mi anécdota favorita, que algunos atribuían a Aristipo el Cirenaico: “Llevado a una espléndida casa por alguien que le prohibió escupir, le escupió en la cara, diciendo que no había encontrado un lugar más sucio” (6.32).
Sin duda debía de tratarse de un personaje sin igual, digno heredero de Sócrates, el Tábano de Atenas. Diógenes debió ser igual de molesto, pero ocultaba una sabiduría sin parangón que mostraba de modo práctico en su día a día.
Un titán del saber.

Diógenes - John William Waterhouse (1882)
Filosofía: Grecia e India
Nos es bien conocida la filosofía, pero no son los griegos los únicos en practicarla.
"Esta ocupación de la filosofía afirman algunos que tuvo origen entre los bárbaros; pues hubo magos entre los persas, caldeos entre los babilonios y los asirios, y gymnosofistas entre los indios, y los llamados druidas entre celtas y gálatas" (Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, 1.1).
Decía el poeta medieval indo-persa Amir Khusraw (1251-1325 d. C.) que: "los Brahmanes de la India son hombres tan eruditos en lo que concierne al aprendizaje y al conocimiento, que han superado por mucho a Aristóteles" (Khusraw, Nuh Sipihr, 162).
Lo cierto es que tanto la cultura india como la griega se encontraron mucho antes de los tiempos de Amir, incluso previo a las conquistas de Alejandro Magno (327-325 a. C.). No obstante, estas campañas fueron las que trajeron a ambos mundos a la convivencia directa.

Batalla del Hidaspes - Angus McBride (2001)
La expedición macedonia se encontró con lo que denominaron como gymnosophistai (γυμνοσοφισταί), es decir, los sofistas desnudos o sâdhus (साधु) en la India. Eran estos unos sabios ascetas que fascinaron a los griegos y macedonios por sus conocimientos.
Su estricta forma de vida les recordó a la de algunos de sus filósofos, así como sus extraños hábitos, como el vegetarianismo. Este aspecto generó un gran debate en la antigüedad, reflejado principalmente en las figuras de Plutarco de Queronea (c. 40-120 d. C.) y Porfirio de Tiro (c. 230-300 d. C.).

Recreación de un gymnosophistai indio
Durante su marcha en la expedición de Alejandro, el filósofo Pirrón de Elis (c. 360-270 a. C.) se encontró con estos sabios. Se cree que muchas de las enseñanzas de los sâdhu fueron el germen de la escuela de pensamiento escéptica que más adelante desarrollaría este filósofo.
La desnudez de los sâdhu también inspiró a otras doctrinas filosóficas helenísticas en cuanto al valor de la austeridad, como, por ejemplo, el estoicismo o el cinismo. En este último nos encontramos a Onesícrito de Astipalea (c. 360-290 a. C.), que tomó parte en la expedición y era discípulo del famoso Diógenes de Sínope, el Perro (c. 400-323 a. C.).
El peso social que estos hombres tenían en sus comunidades era grande, pues sabemos que, movido por el influjo de estos, el rey Sabas se rebeló en Taxila contra Alejandro (¿325 a. C.?). El macedonio acabó con la rebelión y tomó a los diez líderes gymnosophistai como prisioneros:
“parecían ser extremadamente hábiles en sus respuestas y en la concisión con que contestaban, por lo que les planteó unas preguntas aporéticas, afirmando que mataría al primero que no contestara correctamente, y luego, a continuación, también a todos los demás. Ordenó que uno de ellos, el de mayor edad, actuara de juez.
El primero oyó la primera pregunta. Se le preguntó quiénes creía que eran más, si los vivos o los muertos. Respondió que los vivos, porque los muertos ya no eran.
El segundo fue preguntado sobre si es la tierra o el mar el que cría a mayores fieras. Respondió que la tierra, pues el mar es una parte de ella.
Al tercero, ¿cuál es el animal más astuto? Aquel que hasta ahora el hombre no ha llegado a conocer.
Al cuarto le preguntó: ¿con qué cálculos había inducido a Sabas a la sublevación? Respondió: porque quería que Sabas viviera con honor o que muriera con honor.
Preguntó al quinto: ¿qué creía que había sido primero, el día o la noche? A lo que respondió que el día, por un solo día.
(…) Pasando el turno al sexto le preguntó cómo podría uno hacerse querer sobremanera. Contestó: si siendo el más poderoso, no se hace temer.
De los tres que quedaban, preguntó al primero cómo podría un hombre llegar a ser un dios. Contestó: si hiciera algo que no es posible que lleve a cabo un hombre.
A otro le preguntó sobre la vida y la muerte, cuál era más poderosa. Respondió que la vida, ya que podía soportar tan grandes males.
Finalmente preguntó al último: ¿hasta qué momento está bien que el hombre viva? Hasta que estime que sea mejor estar muerto que vivir.
Volvióse ya hacia el que actuaba como juez, y le ordenó que hiciera público su veredicto. Y habiendo declarado este que cada uno había contestado peor que el anterior, dijo Alejandro: “pues vas a ser tú el primero que muera, por haber juzgado de esa manera”. “No, mi rey -contestó-, a menos que hayas mentido, pues dijiste que matarías al que primero diera la peor respuesta” (Plutarco, Vidas paralelas. Alejandro, 64.1-12).
Estos juegos dialécticos fascinaban a los griegos, y, sin duda, se puede rastrear cierta influencia en los filósofos indios.

Alejandro Magno encontrándose con los gymnosophistai - Manuscrito medieval, Italia (c. 1420)
Epicuro, jamón y dios
Me he topado en las redes con el siguiente meme, que ya rondaba por internet desde el año 2021 en algunos foros brasileños.

Este gracioso texto tiene un paralelismo con una reflexión filosófica griega.
"El simple hecho de que éste monolito de carne exista es la prueba de que Dios es tanto impotente para alterar su universo, o ignorante de los horrores que ocurren en su reino".
Lo cierto es que esta paradoja ya la elaboró el filósofo Epicuro de Samos (341-270 a. C.), que nos ha llegado hasta el día de hoy por el autor latino Lucio Cecilio Firmiano Lactancio, o Lactancio para los colegas (c. 245-325 d. C.).

Busto de Epicuro - Museo Metropolitano de Arte, Nueva York, Estados Unidos de América (copia romana del s. II d. C., original griego del s. III a. C.)

Pintura mural de Lucio Cecilio Firmiano Lactancio (s. IV d. C.)
"O Dios quiere eliminar el mal y no puede, o puede y no quiere, o no quiere y no puede, o quiere y puede.
Si quiere y no puede, es una debilidad impropia de un Dios.
Si puede y no quiere, es una envidia que no es más propia de Dios que la debilidad.
Si no quiere y no puede, es a la vez debilidad y celos.
Si quiere y puede, ¿por qué no lo quita, y por qué hay tantos males en el mundo?" (Lactancio, Sobre la ira de dios, 13.20-21).
El filósofo ateniense llegó a la conclusión de que a los dioses no les importamos, y que por ello no debemos temerles.
Sin embargo, Lactancio, unos 600 años después, rebate este argumento asegurando que Dios, en su infinita sabiduría, deja que el mal exista, pero nos proporciona el raciocinio para poder distinguirla.
"Dios quiere lo que quiere, y que es igualmente incapaz de debilidad y de celos.Puede quitar el mal, pero no quiere, y sin embargo no tiene celos.
Deja el mal en el mundo; pero al dejarlo, da al hombre la sabiduría, que le es más ventajosa de lo que el mal pudiera perjudicarle.
La sabiduría nos da el conocimiento de Dios, y este conocimiento nos conduce a la inmortalidad, que es el bien supremo" (Lactancio, Sobre la ira de dios, 13.20-21).
Por lo tanto, rodeado de tales titanes del pensamiento, mi reflexión es que un buen jamón nos acerca más a Dios.
El cosmopolitanismo y los hippies
El amor como motor del mundo.
“En el principio existía el Caos, luego la Tierra de pechos anchos, morada siempre segura de todos los Inmortales que habitan el nevado Olimpo” (Hesíodo, Teogonía, 116-122).
Según la concepción de Hesíodo, muy extendida en el mundo griego, el ser humano es descendiente del Caos, la esencia primigenia. Esta idea será importantísima para las escuelas helenísticas de filosofía, especialmente la cínica, cuya doctrina afirma que no existen ciudades o "poleis" (πόλεις), más bien, una gran y única ciudad llamada mundo.
De esta idea surgirá un vocablo muy utilizado hoy día: κοσμοπολίτης (cosmpolites), que proviene de las palabras κόσμος (cosmos; mundo) y πολίτης (polites; ciudadano), y se traduce literalmente como “ciudadano del mundo”.
Según los cínicos, el cosmopolita es consciente de la limitación que suponen las fronteras humanas, así como del hecho de que todos los seres humanos compartimos un origen y esencia comunes, a pesar de nuestras diferencias culturales o lingüísticas.
Es esta una fascinante reflexión que se revitalizó con la llegada de la contracultura hippie de los años 60, donde las ideas del nacionalismo se toparon con las ansias de libertad e igualdad de la juventud de la época. Hoy día goza de una actualidad innegable dado a la globalización y la llegada de internet.

Woodstock Music and Arts Fair - Estado de Nueva York, Estados Unidos (Agosto de 1969) - Usa Today, foto de archivo
Se resume de forma excelente en el epitafio del poeta sirio Meleagro de Gadara (ss. II-I a. C.), cuya pertenencia a la corriente cínica se hace visible en estas hermosas palabras:
“Ática patria [es decir, Atenas como símbolo de la cultura griega], la luz me dio en la Gadara asiria, pero mi maestra fue Tiro, la gran ciudad insular;
de Éucrates he nacido yo, Meleagro, caro a las Musas, que primero por el poético laurel luché con Menipo [en un certamen de poesía, al estilo griego].
Si soy, pues, un sirio, ¿qué importa? Amigo, un solo caos nos ha sacado a todos a la luz, la patria de todos es el mundo” (Antología palatina, 777 (7.417)).


Ilustración de Tiro
Busto de Antístenes, fundador de la escuela cínica - Museo Pushkin, Moscú, Rusia.
El sueño de Marco Aurelio
Una de las bases narrativas de Gladiator II es una frase que han rescatado de la primera cinta: “Una vez hubo un sueño llamado Roma. Solo podías susurrarlo. A nada que levantaras la voz se desvanecía. Tal era su fragilidad”. Indaguemos en ella.
Marco Aurelio Antonino (121-180 d. C.), emperador romano, estaba adscrito a la corriente filosófica estoica. Esta escuela filosófica se ha popularizado hoy día en exceso, pero malinterpretando sus doctrinas la mayoría de las veces a causa de una superficial lectura de sus notas de conducta: las famosas Meditaciones.

Marco Aurelio - Gladiator (2000), Ridley Scott

Busto de Marco Aurelio - Musée Saint-Raymond, Toulouse, Francia
El estoicismo del emperador es conocido como tardío, pues esta corriente filosófica varió mucho durante los siglos. No obstante, su origen se remonta a un personaje muy interesante pero desconocido: Zenón de Citio (334-262 a. C.).
Este era, probablemente, fenicio en origen, de la isla de Chipre. Desarrolló en Atenas su doctrina filosófica, heredera de Sócrates y los escépticos. Sus lecciones eran transmitidas en el pórtico del ágora de Atenas (Ἡ ποικίλη στοά; stoa poikile; pórtico pintado), de donde deriva el nombre de su corriente.

Busto de Zenón - Museo nacional, Nápoles

Restos de la Stoa Poikile, donde Zenón impartió sus lecciones

Reconstrucción de la Stoa Poikile
Siguiendo la inmortal obra de Platón, la República, Zenón no fue menos y creó su propia ciudad ideal en su libro Politeia (Πολιτεία). Desgraciadamente, y como es habitual en las fuentes helenísticas, lo hemos perdido. Sin embargo, podemos hacernos una breve idea de su contenido basándonos en fragmentos de otros autores.
En la ciudad estoica se enseñaba que la vida social y política reflejaba el hecho moral de que la mayoría de las instituciones sociales eran meramente convencionales, una idea de origen escéptica. Existían, no obstante, unos pocos fundamentos que nos han llegado parcialmente por Diógenes Laercio (s. III d. C.; Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, 7.32-33):
-
La educación general es inútil (idea muy platónica y antidemocrática).
-
Los hombres que no sean buenos son enemigos unos de otros, sin importar la relación que tengan entre ellos (es decir, que no debemos basarnos en las clases sociales establecidas sino en las virtudes de cada persona, otra idea muy platónica).
-
Las mujeres deben ser compartidas (lo que busca, según la mentalidad de la época, destruir a la familia convencional y que los hijos sean del estado. Medida muy inspirada en la constitución de Esparta).
-
En la ciudad no se construirán ni templos, ni juzgados, ni gimnasios, es decir, no habrá construcciones públicas.
-
No habrá monedas, ni para el intercambio ni para los viajes al extranjero.
-
Hombres y mujeres llevarán la misma ropa y no esconderán ninguna parte de sus cuerpos.
Los últimos tres puntos serán una aportación novedosa de Zenón. Lo cierto es que esta destrucción de la polis griega era propia de las corrientes helenísticas, y el estoicismo no es más que el reflejo de su tiempo. Aristóteles definía la polis como una comunidad de ciudadanos (Política, 2.1273b), pero los primeros estoicos la concebían como la suma de todos sus habitantes, no solo de sus ciudadanos, por lo que una polis se componía de las personas que convivían en un mismo espacio y eran gobernadas por unas mismas leyes (Dión Crisóstomo, Discursos, 36.20).

Academia de Platón - Mosaico de Pompeya, Campania
A pesar de ello, en 450 años el mundo cambia mucho, por lo que la corriente filosófica que seguía Marco Aurelio ya no era tan radical como las propuestas de su maestro.
¿Sería la Roma de Marco Aurelio, según el universo de Gladiator, una ciudad donde no existiera la moneda, ni templos o juzgados, y la gente anduviera semidesnuda por las calles? Sin duda hubiera sido algo curioso de imaginar.
Lo dejaremos para Gladiator III.
El mito de la Atlántida
La Atlántida, ese mítico lugar que ha despertado nuestra fantasía durante generaciones.

Representación de la Atlántida
El lugar es mencionado únicamente por Platón, que lo utiliza con dos motivos: para engrandecer a Atenas, y para contraponer la organización social ‘civilizada’ del resto del mundo.
Según Platón, el sabio Solón (ss. VII-VI a. C.) viajó a la ciudad de Sais, en Egipto, cuyo patrón era una deidad similar a Atenea. Los sacerdotes le muestran que el mundo debe a Atenas su liberación, pues en un pasado remoto, liberó al mundo de la opresión del imperio atlante, que había sometido las tierras al oeste de Italia (Platón, Diálogos. Timeo, 24e-25d).

Sátira de las supuestas diferentes ubicaciones de la Atlántida
El filósofo ateniense nos describe en detalle la Atlántida (Critias, 113a-121c). Se encontraba al oeste de las Columnas de Heracles, en el vasto océano occidental. Era gobernada por una asamblea de grandes reyes y su ciudad principal era un portento arquitectónico, rodeado de varios anillos concéntricos, divididos por puentes y palacios (similar a la Tenochtitlán azteca). Jamás existió un reino tan próspero, pero este pueblo bendecido tuvo un triste final.


Recreaciones de Tenochtitlán, capital del imperio azteca - México
En Critias se nos muestran las razones de la caída de la Atlántida: la mezcla de su población y pérdida del halo divino que lo caracterizaba, y la acumulación de riquezas y poder, que trae la corrupción (Critias, 121a-b). Estas ideas son propias del pensamiento griego, antagonista de su contraparte persa, cuyo imperio multicultural y extremadamente rico simbolizaba la decadencia para los griegos.
A pesar de que en Critias no se nos menciona cómo cae el país, pues el texto está corrupto de ahí en adelante, Timeo menciona lo siguiente: “Posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, (…) se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar” (25c-d).

Mapa de la Atlántida - Athanasius Kircher (1669)
En definitiva, la Atlántida no es más que otro mito platónico que sirve para explicar mejor sus preceptos. La creación de mundos imaginarios es algo común al ser humano, y, tras la expedición de Alejandro, se intensificó en el mundo helenístico este tipo de literatura, como el viaje de Yámbulo a las ‘Islas del Sol’.
¿Es la filosofía griega?
Diógenes Laercio, historiador griego del siglo III d. C., nos cuenta en su obra magna filosófica lo siguiente:
“Esta ocupación de la filosofía afirman algunos que tuvo origen entre los bárbaros; pues hubo magos entre los persas, caldeos entre los babilonios y los asirios, y gimnosofistas entre los indios, y los llamados druidas y santones entre los celtas y gálatas” (Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, 1.1). La obra continúa mencionando la antigüedad de los representantes de las filosofías orientales, pero admitiendo que la filosofía es propia de los griegos.

Relieve de escribas en la Mastaba de Ti - Saqarah, Egipto

Relieve de escribas asirios en Nínive - British Museum

Representación de un gymnosophistai indio

Representación de una reunión druídica celta
Lo cierto es que Diógenes muestra aquí una característica muy propia de los helenos frente a Oriente: una relación de amor y odio a partes iguales.
Los griegos se veían abrumados por la inmensidad de la historia egipcia o mesopotámica. El propio Platón, personificando a Solón (s. VII a. C.), lo afirma de boca de un anciano sacerdote egipcio: “'¡Ay!, Solón. ¡los griegos seréis siempre niños!, no existe el griego viejo!' Al escuchar esto, Solón le preguntó: '¿Por qué lo dices?' 'Todos', replicó aquél, 'tenéis almas de jóvenes sin creencias antiguas transmitidas por una larga tradición y carecéis de conocimientos encanecidos por el tiempo” (Diálogos. Timeo, 22b).
Es decir, que algunos griegos percibían que la filosofía es propia de todas las culturas, y no solo de ellos. No es casualidad que los primeros grandes filósofos del mundo griego procedieran de las costas anatolias, más cercanas a la influencia oriental y, después, persa.
La definición de filosofía de la RAE dice lo siguiente: Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano. Por ende, podemos decir que las ideas precursoras de la filosofía sí que nacen en otro lugar, en pasados muy remotos, pues esta rama del saber busca la respuesta a preguntas tan antiguas como el propio ser humano.
Sin embargo, el milagro griego se debe a la creación de un ‘corpus’, una metodología que sería la base de lo que es la filosofía más de 2500 años después, y, por ello, ¡nosotros te saludamos, oh, gran Tales!

Assassin's Creed: Oddyssey (2018) - Sócrates y Alexios
La muerte de Sócrates
El 15 de febrero del año 399 a. C., moría en Atenas una de las mentes más brillantes de la antigüedad, el maestro Sócrates.
Así lo describe su discípulo Platón en su sobrecogedor diálogo Fedón:
"Después de un largo rato [el esclavo] regresó con el que debía darle el veneno, que traía triturado en una copa. Al verle, Sócrates le preguntó:
―Y bien, buen hombre, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué debo hacer?
―Nada más que beberlo y pasearte ―le respondió―, hasta que se te pongan las piernas pesadas, y luego tumbarte. Así hará su efecto.
(...) ―Se debe suplicar a los dioses que resulte feliz mi emigración de aquí a allá. Esto es lo que suplico: ¡que así sea!
Y después de decir estas palabras, lo bebió conteniendo la respiración, sin repugnancia y sin dificultad.
Hasta ese momento la mayor parte de nosotros fue lo suficientemente capaz de contener el llanto; pero cuando le vimos beber y cómo lo había bebido, ya no pudimos contenernos. A mí también, y contra mi voluntad, caíanme las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por aquel por quien lloraba, sino por mi propia desventura, al haber sido privado de tal amigo.
(...) Él, por su parte, después de haberse paseado, cuando dijo que se le ponían pesadas las piernas, se acostó boca arriba, pues así se lo había aconsejado el hombre. Al mismo tiempo, el que le había dado el veneno le cogió los pies y las piernas y se los observaba a intervalos. Luego, le apretó fuertemente el pie y le preguntó si lo sentía. Sócrates dijo que no. A continuación, hizo lo mismo con las piernas, y subiendo de este modo, nos mostró que se iba enfriando y quedándose rígido. Y siguióle tocando y nos dijo que cuando llegara al corazón se moriría.
Tenía ya casi fría la región del vientre cuando dijo sus últimas palabras:
―Oh Critón, debemos un gallo a Asclepio. Pagad la deuda, y no lo paséis por alto.
(...) Así fue el fin de nuestro amigo, varón que fue el mejor y el más sensato y justo de los hombres de su tiempo" (Platón, Fedón, 116e-118a).

La muerte de Sócrates - Jacques-Louis David (1787)
Marco Aurelio y sus 'Meditaciones'
El día 17 de marzo del año 180 d. C. muere uno de los emperadores más célebres de la historia romana: Marco Aurelio. Con los planes en mente de la conquista de Bohemia (actual República Checa) y los Cárpatos, acuartelado en Vindobona (actual Viena), fallece en el frío centroeuropeo.


Busto de Marco Aurelio - Musée Saint-Raymond, Toulouse, Francia
Durante sus últimos años luchó sin descanso contra innumerables pueblos bárbaros, pero, en sus ratos libres, el emperador escribía. El hombre más poderoso del orbe era, en realidad, un filósofo estoico, y escribió en griego una obra que se ha inmortalizado en el tiempo: las Meditaciones.

Marco Aurelio escribiendo - Gladiator (2000), Ridley Scott
El título fue adscrito más adelante por un funcionario imperial para catalogar los diferentes tomos, por lo que el nombre original se ha perdido, aunque su primera frase nos da una pista sobre la intencionalidad: “Los libros del emperador Marco Aurelio Antonino a sí mismo”.
Este compendio de pautas y reflexiones se escribieron entre el decenio del 170 al 180 d. C., y su objetivo no era otro que servir como vía de escape más allá de la complicada vida marcial, así como un recordatorio perfecto sobre las doctrinas prácticas del estoicismo. Sin embargo, hoy día se ha releído de una manera superficial, con una clara intención de mostrar un estado de Instagram resultón en vez de la comprensión de su mensaje. Por lo que, siguiendo lo dicho por el emperador: “La mejor manera de protegerse es no volverse semejante” (6.6).
El autor jamás realiza una mención a ninguna hazaña bélica o política, pues su objetivo no es hacer propaganda de su vida cual Julio César. Marco Aurelio encarna la paradoja estoica, un gran actor en una gran escena que trata de pasar desapercibido. Si no hay riesgo o implicación, no puede haber virtud, pues la virtud es el ejercicio (ἄσκησις; askesis) en el bienestar común.

Estatua ecuestre de bronce de Marco Aurelio - Campidoglio, Roma
El legado de Marco Aurelio y el estoicismo parece inmortal. Sus célebres citas esconden una gran sabiduría que hoy en día perdura, lo que lo hace indudablemente meritorio. Por lo tanto, brindemos en memoria de Marco Aurelio Antonino, uno de los grandes emperadores de la historia de Roma.
¡Salud!
La numeración griega
Estamos más familiarizados con el sistema numérico romano, pero, ¿y el mundo griego?
El sistema más popular en época helenística fue el llamado jónico, pues se cree que surgió en Mileto, Asia Menor.
Se basaba en un conjunto de 27 símbolos, los cuales eran las 24 letras del alfabeto, más tres letras arcaicas que no se utilizaban ya en época helenística ('stigma' para el 6; 'koppa' para el 90; y 'sampi' para el 900).
De este modo, el sistema se dividía en unidades (1-9), decenas (10-90) y centenas (100-900).

La suma del número más alto con el más bajo daba lugar al valor deseado, y se le añadía un acento agudo al final para distinguirlo de las letras comunes.
Por ejemplo: πζ᾿= 87 (ΠΖ᾿en mayúsculas).
En caso de querer escribir un número superior a 999, se le añadía un acento agudo invertido al principio junto con el acento agudo del final.
Por ejemplo: ῾ξδτκα᾿= 64.321 (῾ΞΔΤΚΑ᾿en mayúsculas).
Este era un sistema más eficaz que el romano para escribir cálculos complejos, pero quedó sobrepasado una vez que los números indo-arábigos comenzaron a popularizarse en Europa, donde aparecen por primera vez en el Codex Virgilianus (976 d. C.).

Grabado de la obra Margarita filosófica - Gregor Reisch (1503)
Se muestra el avance que supuso el sistema de numeración indo-arábigo, donde el filósofo Boecio (Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio, c. 480-524 d. C.), contempla risueño cómo su rival Pitágoras de Samos (c. 580-495 a. C.) aún no ha terminado con sus ejercicios por utilizar el sistema de numeración jónico en la forma de un ábaco.
La medición del tiempo
¿Cómo hacían los antiguos para saber a qué hora se habían reunido? ¿Cómo dividían los meses y días? Veamos unos ejemplos:
La medición de los días dependía del período del año y de las horas de luz disponibles. Se dividían en doce horas diurnas, más largas en verano que en invierno, lo que generaba muchos quebraderos de cabeza.
La medición del tiempo se realizaba mediante relojes solares y, en caso de falta de luz o lluvia, mediante las denominadas clepsidras o relojes de agua (Schneider [2009], La técnica en el mundo antiguo, pp. 160-161).


Reloj solar
Clepsidra o reloj de agua
En cuanto a los meses, no existía un cómputo igual en época helenística. Cada reino o incluso ciudad seguía su propia forma de medición, hasta el punto de que varios se solapaban entre sí.
Los babilonios tenían un sistema propio, el conocido como calendario caldeo, de una antiquísima tradición y muy sofisticado. Este se basaba en un calendario lunar de doce meses de veintinueve a treinta días, cuya tradición ha llegado hasta nuestro tiempo.
Por otro lado, el sistema egipcio era lunisolar, por lo que utilizaba un calendario ceremonial lunar y uno civil solar.
La tradición griega difiere entre las distintas poleis, con la predominación del sistema ateniense. El calendario ateniense se basaba en las estaciones y, por lo tanto, en el sol.
El calendario romano es el que hemos heredado los pueblos occidentales, conservando su distribución en la actualidad (Hannah [2005], Greek and Roman Calendars. Constructions of Time in the Classical World, pp. 42, 83-85, 98).
Con la medición de los años sucede lo mismo: cada zona geográfica tenía la suya propia. Sin embargo, la medición tradicional griega es la más extendida por todo el Mediterráneo.
Los griegos se basarían en la primera olimpiada (776 a. C.). Medían el tiempo en un ciclo de cuatro años, que era el período que transcurría entre cada evento. Así pues, el segundo año de la centésima sexagésima olimpiada sería el año 138 a. C.
Del mismo modo, el año romano se computaría a partir de la fundación mítica de la ciudad (753 a. C.), por lo que el año 615 desde la fundación de Roma equivaldría al año 138 a. C.
Aristarco y el heliocentrismo
Cuando echamos la vista atrás buscando el origen del heliocentrismo, dos nombres suelen venirnos a la mente: Copérnico y Galileo. Estos dos titanes, no obstante, no fueron los pioneros de la teoría heliocéntrica, pues para ello nos remontamos a la antigüedad.

Galileo ante el Santo Oficio - Joseph-Nicolas Robert-Fleury (s. XIX)
Aunque es probable que la idea provenga de los avanzadísimos astrónomos mesopotámicos, las primeras dudas registradas sobre el modelo geocéntrico ya las recogía el maestro Platón: “Creía que la tierra tenía el mismo movimiento que el sol, la luna y los otros cinco planetas [Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno] que él llama los instrumentos del tiempo, a causa de sus revoluciones, y pensaba que no debemos imaginar que la tierra está inmóvil y como unida al eje del cosmos, sino que hace una vuelta completa alrededor de este eje, como Aristarco y Seleuco han demostrado desde entonces. Es cierto que el primero de estos filósofos sólo suponía esto, mientras que el otro lo afirmaba positivamente. Además, Teofrasto cuenta que Platón, en su vejez, se arrepintió de haber colocado la Tierra en el centro del mundo, posición que no le convenía” (Plutarco, Moralia. Cuestiones platónicas, 1006c).

Aristarco de Samos (c. 310-230 a. C.) es, hasta donde sabemos, la primera persona en proponer que la Tierra gira alrededor del Sol. El original se ha perdido, pero el matemático Arquímedes de Siracusa (287-212 a. C.), en una obra que trataba de contar cuantos granos de arena podían caber en el Universo, nos explica el origen de la teoría:
“El universo (kósmos) es llamado así por la mayoría de los astrónomos por ser una esfera cuyo centro coincide con el centro de la Tierra, y desde ese centro, su radio es igual a la línea recta que une el centro del Sol y el centro de la Tierra. Esta es la descripción común como la has oído de astrónomos, aunque fue Aristarco de Samos quien presentó teorías basadas en ciertos supuestos, de los cuales se deduce que el universo es muchas veces mayor que lo que se había afirmado anteriormente. Se supone, en efecto, que las estrellas y el universo permanecen inmóviles, mientras que la Tierra gira en torno a un círculo, rotando a su vez sobre su propio eje, de modo que los astros aparecen moviéndose de este a oeste. Así se supone que está en movimiento, teniendo una proporción semejante respecto a los astros fijos y a su tamaño, tal como el centro de una esfera respecto a su superficie” (Arquímedes, El contador de arena, a.4-5).
Aristarco se fijó en que, si utilizaba como referencia el primer o último cuarto de la luna, donde se alinea a 90º respecto al Sol y la Tierra, podía medir el ángulo de la Tierra respecto al sol y así descubrir su distancia. A pesar de que sus cálculos fueron erróneos, el precedente era lo que importaba.

Cálculos de Aristarco - Copia bizantina del s. X d. C.


Aristarco de Samos - Universidad Aristóteles, Tesalónica, Grecia
Esta visión fue perfeccionada y defendida más adelante por Seleuco de Seleucia del Tigris (s. II a. C.), astrónomo y filósofo babilonio. No obstante, la teoría confrontaba a Aristóteles, por lo que no gozó de gran popularidad en la antigüedad a pesar de sus aciertos, y es que los clásicos no podían concebir que los cuerpos celestes no se movieran en círculo, la forma perfecta y más cercana a los dioses.
Pero la historia nos muestra que, a veces, la mayoría no está por encima de la verdad, y en ello, debemos reivindicar la figura de este coloso: Aristarco de Samos.
Eclipses: apagones celestes
Con el apagón vivido ayer, 28 de abril, parece que de golpe volvimos a las dinámicas de los antiguos, donde las horas de luz marcaban la jornada. En el mundo clásico no existían los modernos apagones debido a la falta de electricidad, pero sí que podemos encontrar un pequeño equivalente en ciertos eventos astronómicos: los eclipses.
El más antiguo del que se tiene una mínima constancia sucedió en China, tal vez en el año 2137 a. C., en los tiempos del emperador Zhong Kang. Hoy día tiene un grado de certeza dudosa. De igual modo existen ciertas referencias mitológicas en la antigua India en torno al 1500 a. C., las cuales son de incierta rigurosidad. Tenemos que desplazarnos a Egipto para encontrar el primer eclipse veraz registrado. Nos remontamos al reinado de Merneptah, hijo de Ramsés II, donde sucedió un eclipse solar durante sus campañas militares en Canaán, actual Palestina, el 30 de octubre del año 1207 a. C. Esta información se recoge en la llamada “Estela de la Victoria”, dedicada a las conquistas del faraón.

Estela de Merenptah - Museo del Cairo, Egipto (s. XIII a. C.)
El 15 de junio del 763 a. C., diez años antes de la fundación de Roma, hay registros de que sucediera un eclipse junto con unos disturbios en la ciudad asiria de Assur, durante el reinado de Ashur-dan III, aunque puede que los disturbios fueran previos. “[Año de] Bur-Sagale de Guzana. Revuelta en la ciudad de Assur. En el mes de Simanu tuvo lugar un eclipse de sol” (Canon de Epónimos Asirios, K.51).

Tablilla sobre eclipse - Canon de Epónimos Asirios, K.51 (Neoasirio, s. VIII a. C.)
El 28 de mayo del 585 a. C., en el sexto año de guerra entre el reino de Lidia de Aliates y el reino de Media de Ciaxares, los dos ejércitos se enfrentaron en algún lugar del río Halys (hoy día Quizil-Irmaque, Turquía). Según cuenta Heródoto: “en el sexto año se produjo una especie de batalla nocturna: pues, después de igual fortuna por ambas partes, habiendo luchado entre sí, el día se convirtió repentinamente en noche mientras los dos ejércitos estaban en guerra. Tales de Mileto había predicho este cambio a los jonios, y había fijado el momento del año en que tuvo lugar. Los lidios y los medos, al ver que la noche había ocupado el lugar del día, dejaron de luchar y se mostraron tanto más deseosos de hacer las paces” (Historias, 1.74).

Batalla de Halys entre medos y lidios (585 a. C.)
El 27 de agosto del 413 a. C., un eclipse retrasó la retirada del ejército ateniense que se encontraba en Siracusa, lo que lo llevó a su total destrucción con el tiempo. Tucídides transmite el hecho con su habitual claridad: “En consecuencia, se comunicó a todo el ejército, lo más secretamente posible, que estaban a punto de partir y se les ordenó que estuvieran listos a la primera señal. Todo estaba listo cuando, en el mismo momento de la luna llena, se produjo un eclipse. La mayoría de los atenienses, invadidos por los escrúpulos, rogaron a los generales que aplazaran la partida. Nicias, que concedía una importancia exagerada a los presagios y acontecimientos de esta naturaleza, declaró que se negaría a deliberar sobre la partida hasta que hubieran transcurrido tres veces nueve días, según la prescripción de los adivinos. Los atenienses perdieron tiempo y este incidente les hizo quedarse” (Historia de la Guerra del Peloponeso, 7.50).
Por último, tras la muerte del emperador Augusto, los legionarios de Panonia (actuales Austria, Hungría, Eslovenia y Croacia) se amotinaron. El 27 de septiembre del 14 d. C., un eclipse echó por tierra las pretensiones de los sublevados: “La noche era amenazadora y habría dado lugar a crímenes, si el azar no lo hubiera calmado todo. La luna se apagó de repente en el cielo sereno. Sorprendido por este fenómeno, cuya causa ignoraba, el soldado creyó leer en él el presagio de su destino. El astro que se desvanecía le pareció la imagen de su propia miseria; concibió la esperanza de que sus deseos se cumplirían si la diosa volvía a su majestuoso esplendor. Así que hicieron resonar el aire con el sonido de los metales, las cornetas y las trompetas, alegres o tristes, según ella apareciera más brillante u oscura. Por fin, las nubes crecientes la ocultan a su vista, y la creen sepultada para siempre en la oscuridad. Es entonces cuando, por una inclinación natural, pasan del miedo a la superstición, gritando y gimiendo que el cielo predice desgracias eternas y que los dioses aborrecen sus excesos” (Tácito, Anales, 1.28).
